El maquillaje era lo más importante: no solo necesitaba ser atractivo, además necesitaba ser creíble.
Su amado era el ser humano más interesante que había conocido. Lo encontró sirviendo en uno de los cafés más lujosos del sector, tan exclusivo que aún podían permitirse servir auténtico café. Entró allí para un intercambio habitual con su contacto: una cantidad horrorosa de dinero a cambio de material de reparación, actualizaciones piratas del sistema y programas de simulación emotiva.
Lo vio caminando entre las mesas con la agilidad de un gato, portando una bandeja perfectamente equilibrada sobre su mano izquierda. Derrochaba sonrisas a todos los clientes mientras servía los pedidos, regalándoles un poco de charla insubstancial. Se acercó a su mesa, ahora con la bandeja vacía, y tras un rápido movimiento para limpiarla les tomó nota de su pedido. Su contacto pidió un café de precio prohibitivo y él, tras dudar un momento embobado con su sonrisa perfecta, escogió un refresco. Fue más tarde, cuando trajo las bebidas, que se fijó en como él le miraba. Estaba acostumbrado a analizar miradas y en la suya veía hambre.
Desde aquel día se había visto arrastrado hacía el café una y otra vez. Gastando sus créditos en refrescos que acababan derramados en el tiesto de una planta cercana. Conocía a la perfección los turnos de su camarero favorito. Entre los dos empezó un juego secreto de gestos, suspiros y miradas. Pero siempre en la lejanía, siempre a distancia, sin tocarse. Pero eso iba a acabar.
Harto de la espera, se iba a lanzar. Le aterraba el posible rechazo, haber confundido los signos y que su deseo hubiese sido la variable intrusa que estropeó el diagnostico de la situación. En unas horas lo descubriría.
Llegaron las inseguridades. Estaba acostumbrado a maquillarse cada vez que salía a la calle. La gente como él estaba perseguida, así que había establecido una rutina diaria para variar su estética, para parecer… ¿normal? Pero sólo funcionaba a cierta distancia, debía mejorar su disfraz para las distancias cortas, en especial si había posibilidad de contacto físico.
Su cuerpo era demasiado perfecto; necesitaba cambiarlo, pero eso era fácil. Bastaba con rodear su cintura con algo de ropa para ganar volumen, colocando en la zona abdominal un poco más para simular una tripa más real. Sería blanda al tacto y agradable a la vista, contraria al torso duro de gimnasta habitual en él. La piel era el siguiente paso: agarró la masilla plástica para rellenar las imperfecciones, las oquedades y las líneas rectas, tan desagradables. Luego cargó su mezcla especial para maquillaje en el aerógrafo: un tono cálido y homogéneo para toda la piel, con una pintura que añadía una textura más porosa a la superficie de su cara y manos. Esta vez no bastaría con sus habituales guantes, debía poder tocar y acariciar. Variando la mezcla de colores iba dotando de vida a su cara: rubor, sombras, alguna cicatriz, marcas de nacimiento. No quería parecer un enfermo, pero tampoco artificial. Dejó olvidada su habitual peluca sintética y saco de uno de sus cajones una de pelo natural. Se la colocó mostrando especial interés en que los puntos de unión se viesen naturales.
El camino al café se le hizo eterno. Se sentía observado y, en cierta manera, en peligro. Una tontería, pues llevaba semanas haciendo esa ruta. No tenía nada que temer, por lo menos hasta hablar con su amado.
Una vez allí, y sentado en su mesa habitual, no pudo evitar sonreír al ver que él se acercaba nada más verle para tomar su pedido.
—¿Lo de siempre, señor? —dijo el camarero sonriente.
—No. Hoy quiero un café. —Era un día especial, podía permitirse aparentar algo más de solvencia.
—Vaya, ¿celebramos algo? —preguntó el camarero.
—Eso espero… Mira… Me peguntaba a qué hora sales y si te gustaría tomar algo conmigo. Ya sabes, en un sitio donde podamos hablar.
En la cara del camarero volvió a ver el hambre, con un excitante punto de codicia, y también culpabilidad.
—Dame una hora —respondió con un guiño—, por la salida de empleados, en la parte de atrás. Entra por el callejón.
¡Había funcionado! Esperó en el café pero no volvió a ver salir a su amor. Dejó el café frio sobre la mesa y se dirigió al punto de reunión. Allí estaba, apoyado la pared. Se acercó a él totalmente embelesado. Ya no vestía su uniforme habitual, analizaba su ropa, encontraba en ella mucha información sobre él, ahora quería saberlo todo sobre su amado. Cuando lo tuvo delante le miró a los ojos, como tantas otras veces había hecho. Pero no vio lo que esperaba. El hambre se había marchado, el excitante punto de codicia era aterrador sin ella, y ya no había culpabilidad.
El impacto del rifle de pulso electromagnético le golpeo desde atrás. Perdió la función motora de los servos de sus miembros a medida que se iba apagando. Fue consciente de su caída y, aunque los receptores de tacto le empezaban a fallar, notó el golpe de su cara contra el suelo. Quedó tendido boca arriba y pudo ver el maquillaje de su cara tiñendo el cemento: el golpe había dejado al descubierto su piel de plástico. Veía a su amado mirándole desde arriba con asco y repugnancia. Al otro lado de su campo de visión apareció la figura de su asesino. Sus cámaras oculares empezaban a fallar y no pudo ver de quién se trataba, no sabía si su amado sería el siguiente. Cuando la vista se apagó pudo oír lo que decían.
—Muchas gracias por su colaboración, ciudadano. —La voz era fría, vacía de sentimiento—. Recibirá la recompensa en su cuenta.
—Gracias, agente. Cómo se parecen estos hijos de puta a nosotros. ¿Se puede creer que cuando empecé a flirtear con él pensaba que era humano?
Con los últimos impulsos de su procesador se sintió traicionado y estúpido. Y, en un último instante de consciencia, más humano que nunca.
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