La pesca se había convertido en su momento de paz, dónde podía olvidarse del peso de dirigir la corporación Las barreras de privacidad, pantallas holográficas que imitaban un horizonte marino nocturno e ilimitado, le permitían sentirse solo. La barca se dirigió a su zona asignada y al llegar allí encendió los motores antigravitatorios para elevarse unos centímetros sobre las aguas, evitando así el vaivén del oleaje.
La IA de acompañamiento le daba recomendaciones sobre el tipo de caña, el mejor carrete, que pesos poner y el anzuelo óptimo. Eligió en la consola de mandos las opciones que quería y la caña se desplegó para él en uno de los soportes laterales. Cogió el tubo de cebo sintético, y apretó hasta sacar un cilindro rosado de pasta proteica de unos diez centímetros que se asemejaba vagamente a un gusano y que se pegó, como por arte de magia, al anzuelo.
Un costado de la barca se iluminó indicando la dirección de pesca recomendada y el pescador, con un movimiento circular, lanzó el sedal. Los sensores de la caña corrigieron los fallos del vector y la fuerza del lanzamiento para asegurarse que el anzuelo caía en el lugar correcto. Escuchó el «plop» característico cuando el plomo entró en el agua y dejó fluir sus pensamientos como si de un ejercicio de meditación zazen se tratase.
Un LED azul le avisó que la puntera de la caña cimbreaba. La sacó del soporte y empezó a recoger carrete. Al principio fue una tarea fácil pero, a medida que se arqueaba la puntera, quedaba claro que la presa iba a presentar batalla. El juego era parecido a un flirteo: recogía hasta que un parpadeo rojo en el LED le avisaba que la tensión podía quebrar la caña, luego soltaba un poco, haciendo que su presa bajase la guardia hasta que la luz volvía al azul. Una y otra vez se repetía el proceso hasta que el animal quedaba agotado. Con un último esfuerzo lo subió a la barca, donde quedó boqueando y retorciéndose. Era un sardo enorme, con líneas oscuras recorriendo todo su lomo y el numero de serie impreso en su cola.
Las pantallas holográficas de privacidad empezaron a ofrecer instantáneas de los momentos más intensos de la captura, grabaciones del proceso desde diferentes ángulos, datos biométricos de la pieza capturada y su nueva posición en el ranking de pescadores. Todo regado de carteles de felicitación. La IA empezó a darle las opciones para compartir los videos de la captura a través de las diversas redes sociales.
La noche no dio mucho más de sí. Acompañaron al sardo otros dos, que eran más bien «sarditos», y una pequeña dorada. Así que activó el comando de retorno. La barca navegó hasta el embarcadero.
Al salir del edificio, sosteniendo su pesca envasada al vacío, miro la enorme cúpula de la bahía artificial. Era mediodía y tenía una reunión importante. Paró un taxi y se alejó de su momento de paz.
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