Soy Andradae Guinel, Tercera Secretaria de los Jokael. Ahora contaré lo que vi y escuché a la llegada del otrora Rey Jaleern a las cortes celestes de Iphenia.
Los Jokael fueron en otro tiempo humanos. En su búsqueda de la divinidad llegaron a pactos con seres oscuros y entidades alienígenas, revivieron ciencia prohibida y rituales olvidados. Su premio fue escapar de la gravedad. Flotaban libres en su palacio esférico: una gigantesca burbuja que rotaba alrededor del pico más alto de Iphenia. A veces, los Jokael bajaban al santuario de su cumbre para mostrar a los fieles sus cuerpos divinos y manifestar su voluntad. Los Secretarios somos quienes recibimos sus mensajes y los difundimos por todo el planeta, su mano ejecutora, respaldada por todo su poder tecnoarcano.
Jaleern se presentó en la falda de la montaña pidiendo audiencia con mis señores. El Primer Secretario le explicó que, para ello, debía escalar sólo hasta la cumbre y allí formular sus preguntas. Yo lo seguiría para dar testimonio de su ascenso.
Acompañaban al antiguo Rey una jauría de malhechores y mercenarios. Su caída en desgracia le había llevado a recorrer los sectores más apartados de su antiguo Imperio. Allí recibió la ayuda de antiguos aliados y, por extraño que pueda parecer, enemigos del pasado.
Jaleern inició su ascensión. El calor y la humedad de Iphenia eran infernales y mientras más alto subía, más calor hacía. Acabó sudado y con el torso desnudo, una visión desagradable. Su cuerpo, antaño obeso, ahora era una amalgama de colgajos y piel fláccida. Trepaba cómo podía: erguido cuando no estaba muy cansado, gateando la mayoría del tiempo. El ascenso era excesivo para un hombre de casi cien años. Sin el filtro de hiperoxigenación que llevaba a la espalda nunca habría conseguido llegar.
El tramo final hasta el santuario eran unas pequeñas escaleras. La climatología y el paso del tiempo las habían hecho resbaladizas. Cuando llevaba unos pocos escalones perdió pie y cayó ladera abajo. Rodó, cortándose con los cantos de las rocas hasta que consiguió asirse a unos matojos con una mano. Quedó colgando de un saliente. Con la otra mano rebuscó entre las rocas para encontrar alguna raíz a la que agarrarse. Intentaba alzarse hasta un lugar seguro. Encontró una roca que le sirvió para impulsarse y, con gran esfuerzo, consiguió llegar arriba. Volvió hasta las escaleras y decidió descansar unas horas antes de volver a intentar subirlas a gatas.
El santuario no era más que un par de enormes columnas. Se situó entre ellas y miró al cielo. Poco a poco el palacio esférico se acercaba. Sus paredes eran trasparentes y dentro de él se podía ver como cientos de esferas mas pequeñas se movían. Cada una de ellas cumplía la función de una estancia. Entre ellas se movían los Jokael. Cuerpos esféricos erizados de cables, lívidos y desnudos. Saltaban de una esfera a otra flotando con gracia. Una vida de indulgencia y lujo ingrávido. El palacio paró y una compuerta se abrió. El Gran Jokael descendió flotando con suavidad desde ella, hasta quedar frente a Jaleern. La diplomacia le obligaba a ser él el que debía recibir al antiguo monarca, aunque ahora no tuviese titulo alguno. Además, Iphenia rindió pleitesía al Imperio de Jaleern hasta que este fue depuesto. El Gran Jokael quería verlo humillado ante él.
—¿Qué te trae ante nosotros, Jaleern? —La omisión de título era un insulto directo.
—Vengo a pedir ayuda, sin duda sabrás de mi situación actual. Busco recuperar mi reino —dijo mientras hacía una reverencia— y para ello necesito un nuevo cuerpo. Todos saben que los Jokael dominan la antigua ciencia. Pido humildemente la ayuda del Gran Jokael.
—Así que ahora vienes a mí. —Se acercó flotando hasta posar una rechoncha mano en la frente de su interlocutor—. Después de arrastrar a mi planeta a una guerra estúpida que diezmó nuestros recursos.
—Esa guerra estúpida de la que hablas alejó la línea de batalla de tu planeta. ¡Ganasteis más de lo que perdisteis! —gritó mientras buscaba algo en su bota.
—¡Jajajajaja! No me vengas con esas, Jaleern. Me obligaste. ¡A mí! ¡El Gran Jokael! Ahora jódete y languidece en tu cuerpo imperfecto —se giró para volver a su palacio.
—¡Chúpame la polla, engendro de mierda!
Mientras el Gran Jokael se giraba sorprendido por el insulto del anciano, este saltó sobre él. En la mano llevaba un cuchillo. Le agarró de un manojo de cables que surgía de su cabeza y colocó el arma en su cuello. El Gran Jokael reculó levitando hasta su palacio. Sus guardias podrían reducir a su atacante.
Cuando se encontraban en el linde de la compuerta, Jalerrn se soltó, cayendo dentro del Palacio. Dejó caer el filtro de hiperoxigenación que empezó a zumbar: la baliza de teleportación oculta se había activado. El aire a su alrededor empezó a vibrar. A su alrededor se materializaron los mercenarios de Jaleern disparando contra los Jokael. Se habían acomodado en su inexpugnable fortaleza y no habían previsto un ataque desde el interior. El combate fue duro pero al final el palacio fue tomado.
Jaleern aún estaba en la entrada, tumbado y sin aliento. El salto había sido un gran esfuerzo, pero había valido la pena. Sus hombres lo levantaron. Una hilera de prisioneros le esperaban. Se acercó al Gran Jokael, lo agarró de una de sus manos y lo arrastró hasta la compuerta de salida. El prisionero ya no flotaba, la paliza recibida había afectado al arcano mecanismo de flotación que lo liberaba de la gravedad. Con una patada lo arrojó y se quedó mirando mientras su cuerpo redondo caía, golpeaba la ladera de la montaña y rodaba por ella hasta quedar destrozado. Se giró hasta el resto de prisioneros.
—¿Quién va a ser el encargado de hacer mi nuevo cuerpo?
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