Durante este verano he participado en un reto. Escribir una historia de trescientas palabras cada semana utilizando los Story Cubes. Este fue el cuarto, añadiendo los dados extra de mitología.
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Los potentados se reunieron para el fin de ciclo. Esta vez el lugar elegido fue el ático de las Torres de Shanghái en un gigantesco salón con enormes ventanales que dejaban ver el infierno nuclear en el que acababa la civilización humana, con una fuente de champan y un surtido infinito de canapés. En el balcón esperaba el Demiurgo para repartir los papeles para el ciclo que se iniciaba. Los restos de la humanidad crearían otra civilización y hacían falta dioses nuevos.
El Héroe estaba tomado una cerveza. Su encarnación actual era un ecoactivista. Miró a la anciana vestida con flores sentada a su lado.
—Maldita la hora en la que decidí defenderte. Tenía que haberme buscado otra causa.
—Quizá todo habría ido mejor si hubieses escogido como arma algo un poco más letal que La Palabra.
La tercera persona sentada en la mesa se ruborizó. Agarró su lira rota y se tocó el pañuelo que cubría la herida de su cuello. Le habían hecho callar para siempre.
—¡El Héroe! —gritó el chambelán.
Se levantó y fue hacia la terraza. El Demiurgo le esperaba apoyado en la barandilla admirando el fin del mundo. Jugaba con unos dados de plástico, en cada una de sus caras había un dibujo.
—Este ciclo no te ha tratado muy bien, Héroe. ¿Qué te parece si te dejo tirar dos dados y elegir entre los resultados —dijo mientras le guiñaba un ojo.
El Héroe lanzó los dados sobre una mesa de cristal llena de panchitos y copas vacías: El Mal y El Barquero. Tocó el primero sin dudadlo. Empezó a cambiar de forma como por arte de magia: su cuerpo se transformó en una enorme sombra con dos llamas rojizas por ojos. Sentía el poder de la maldad.
El nuevo ciclo sería divertido.

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